Puesto que la certificación energética es algo relativamente nuevo en España (es obligatoria sólo desde el año 2013), hay muchas dudas en cuanto a su funcionamiento y utilidad.

Muchas personas creen que sólo se trata de otra forma más en qué la burocracia nos abruma como usuarios comunes y corrientes, puesto que un certificado energético es necesario no sólo para viviendas y edificios nuevos, sino también para cualquier edificación que se ponga a la venta o que pretenda alquilarse. De forma que representa un gasto o inversión para cualquier persona que quiera disponer de un inmueble de su propiedad.

Sin embargo, no vale la pena alarmarse, sino entender la necesidad de los certificados energéticos. Este documento muestra el rendimiento energético de un edificio basándose en el consumo real de energía. La clasificación representa un indicador numérico de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) del edificio. Los diversos tipos de consumo de energía que se utilizan en un edificio se promedian, por decirlo de alguna forma, para que el rendimiento energético del edificio pueda ser comparado con un patrón estándar y con otros edificios. Las emisiones de CO2 son un indicador clave para las políticas energéticas, no sólo en España, sino en toda la Unión Europea.

Este indicador se muestra en una escala de la A a la G, en la que la A indica los más bajos niveles de emisiones de dióxido de carbono (lo mejor) y la G el nivel más alto de emisiones de CO2 (lo peor).

En la práctica, ¿para qué sirve el certificado energético? En primera instancia, para que un potencial comprador tenga la capacidad de valorar, y posteriormente comparar la eficiencia energética del inmueble que pretende adquirir.

Hay que recordar que para llegar a este indicador se toman en cuenta todos los servicios habituales en una casa u oficina: calefacción, refrigeración, producción de agua sanitaria, iluminación…todos estos servicios consumen energía, y por lo tanto, deben considerarse.

Eso es en cuanto a lo práctico, lo urgente, pero evidentemente hay un trasfondo mucho más allá: los certificados energéticos, como usuarios de una vivienda u oficina, nos permite evaluar nuestros hábitos y modificarlos. Pensar no sólo en nuestros gastos inmediatos (que se reducen significativamente al tener un mejor indicador energético), sino en lo que estamos haciendo a futuro. Qué clase de ciudadanos somos y qué tanto pensamos en ser más amigables con el medio ambiente.

Este tipo de autoevaluación de nuestros hábitos no la realizarán los técnicos especializados que contratemos para obtener el certificado. O los burócratas que lo aprueben. Lo haremos nosotros y está en nosotros mejorarlos o continuar hasta ser empujados por los cambios legales y sociales. En último término, el convertirnos en ciudadanos ahorradores de energía es un cambio para bien, que beneficia a la sociedad, a la naturaleza y a nuestra propia conciencia.