La eficiencia de las construcciones tradicionales
El pasado mes de marzo tuve la fortuna de certificar una vivienda unifamilar de dos plantas de 1889 en el casco antiguo de Utiel, construida a partir de muros de carga o muros portantes de mampostería, con piedra arenisca, unidas con argamasa, morteros de barro, yeso o cal, que conservaba con revestimientos actuales tanto interiores como exteriores. Contaba con un espacio no habitable a modo de sótano sobre el que se situaba el forjado de la planta baja. El techo de la segunda planta daba a una cámara. Un espacio común en las edificaciones antiguas de la zona. El resultado de la calificación sorprendió a su propietaria, aun contando con instalaciones que la penalizaron, el simple hecho de sustituir la caldera eléctrica por otra de biomasa mejoró la calificación hasta la letra B.
Las construcciones tradicionales realizadas en climas cálidos y secos, como es el caso de Utiel, con amplias variaciones de temperatura entre el día y la noche, aprovechan el principio de "inercia térmica" de los muros de piedra que conforman la envolvente del edificio. El material y grosor del muro favorece que el calor se vaya acumulando a lo largo del día (el muro absorbe el calor) sin penetrar en la vivienda. Cuando la temperatura exterior baja, el muro desprende el calor acumulado consiguiendo que la temperatura en el interior de la vivienda se mantenga constante. Este efecto es más acusado si, además, el muro es lo suficientemente grueso. La demanda energética de la vivienda así construida es considerablemente inferior.
Abandonados los métodos tradicionales de construcción, hasta hace poco, con el nuevo Código Técnico de la Edificación, la eficiencia energética de la construcción no era un factor muy a tener en cuenta, lo que obliga a utilizar más energía para calefacción y refrigeración del interior de la vivienda de la deseable. Para las viviendas comunes, de fábrica de ladrillo, construidas antes de 1979, cabe esperar calificaciones de muy baja eficiencia: he encontrado viviendas cuyos muros de fachada soleados estaban significativamente calientes a las 11 de la mañana en verano, aumentando la temperatura del recinto hasta niveles alejados de lo que puede considerarse confort térmico.
No es sorprendente obtener una buena calificación en una construcción tradicional; los principios de construcción sostenible no debieron abandonarse nunca. Quizá sólo hemos sido conscientes de ello cuando el precio de la energía empieza a pesar en nuestros bolsillo y en nuestro entorno ambiental.