Calderas de biomasa ¿para la ciudad?
Las calderas de biomasa han entrado con fuerza en el selecto club de las instalaciones de calefacción basadas en energías verdes; sus principales características son que ofrece una relación coste-rendimiento de combustible muy buena y que protege el medio ambiente al emplear recursos naturales provenientes del reciclado de deshechos vegetales y cuyo balance global, en cuanto a emisiones de CO2, le exime de ser un factor de riesgo desde el punto de vista ecológico y medioambiental.
Por ello mismo, cuando realizamos los correspondientes análisis de mejoras energéticas al elaborar el certificado energético, vemos que es una tentación poner como opción estelar sustituir la caldera de gas tradicional por una caldera de biomasa.
Haciéndolo, la calificación energética de la vivienda se dispara y escala puestos de forma milagrosa. Ahí se hace notar el excesivo peso que se le dá a las emisiones de CO2 en los baremos globales de calificación energética, en detrimento de otros factores no menos importantes como el rendimiento energético.
Menos mal que, normalmente, el sentido común más básico impera y se considera inoportuno recomendar la opción de instalaciones de biomasa por el simple hecho de que no hay espacio suficiente en la vivienda para ponerla y el suministro de combustible debe ser más frecuente.
Sin embargo, una caldera de biomasa puede ser un elemento negativo a considerar desde el punto de vista bioclimático. Y la razón está en que, aunque su balance de CO2 es neutro, sus humos de combustión emiten partículas en suspensión y contaminantes sulfurados o nitrogenados, especialmente si el origen del combustible es la madera o materiales leñosos.
En España está siendo incipiente la utilización de calderas de biomasa para cubrir la demanda térmica residencial. Actualmente, su aportación al global nacional de demanda energética es considerable, equiparándose prácticamente a la proporción de demanda que ocupan los productos petrolíferos, sin contar el gas natural; y, dentro del grupo de las energías renovables utilizadas para tal fin, tiene un peso superior al 90%, según datos publicados en el 2011 por el IDAE sobre consumos energéticos en el sector residencial.
Todo ello, ayudado por la administración mediante incentivos económicos en los que habitualmente no existen criterios técnicos que delimiten el uso adecuado de dichas instalaciones subvencionadas.
Es por ello necesario replantearse la opción de la biomasa como fuente de energía en su justa medida.
En zonas rurales, donde la densidad de población es baja y el urbanismo extensivo, un problema de emisiones contaminantes de este tipo se puede considerar residual. Además, como ventaja, el suministro de combustible siempre será de proximidad por el mismo hecho de ubicarse en zona rural.
Pero esta tecnología tiene un mayor perjuicio en las ciudades, donde las emisiones de la biomasa no hacen sino sumar polución a un entorno ya de por sí contaminado por el tráfico y otras fuentes emisoras de sustancias contaminantes.
Imaginemos que en una gran urbe, como Madrid, Zaragoza o Barcelona, empezaran a sustituirse calderas comunitarias por instalaciones de biomasa. En pocos años nos veríamos en una situación alarmante de alta contaminación pensando que hemos estado contribuyendo a reducir las emisiones de CO2.
Realmente es una contradicción. En palabras llanas podríamos decir que es ridículo estar más pendiente de cuidar la capa de ozono que el aire que respiramos todos los días en nuestras ciudades.
En conclusión; debemos pensar dos veces la opción de instalar calderas de biomasa en zonas urbanas. O tenemos claro y se garantiza una emisión de contaminantes debidamente filtrada y reducida, o si no, es preferible utilizar tecnologías de combustibles más limpias y seguramente más eficientes.